VALORAR LA HERENCIA DE NUESTRO SIGLO XIX. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

18.12.2022 12:37

               

                El siglo XIX nos legó bastante. Nada menos que nuestra forma de gobierno parlamentario, la economía industrial y la visión más libre de la condición humana. España comparte esta herencia con otros pueblos de Europa. Su siglo XIX, además, asistió a un importante trasiego de las propiedades y a la pérdida de su gran imperio ultramarino. Los días de la Repoblación y de los Austrias pasaron definitivamente a la Historia.

                Algunos pensaron que España, con su pedrea de guerras civiles, quedó al margen de la Europa del XIX. Sin embargo, el liberalismo no lo tuvo fácil para vencer en muchos países europeos. En Alemania y Austria-Hungría su triunfo fue incompleto, y en Rusia casi no cantó victoria. Incluso en Gran Bretaña y Estados Unidos el coste en forma de sufrimiento humano no resultó baladí: la extensión del consumo del opio entre las clases trabajadoras, la gran hambruna irlandesa, los problemas de los emigrantes en la América del Norte, el esclavismo y la segregación de los afroamericanos o la casi aniquilación de los pueblos amerindios lo prueban. En las naciones vencedoras hubo gente vencida.

                Es cierto que los pronunciamientos militares castigaron la vida política española, y el poder civil se encontró severamente comprometido en numerosas ocasiones, pero quizá la clave de la falta de aprecio por la España del XIX resida en otro punto, el de la consideración exterior según los criterios de poder decimonónicos, en términos militares y territoriales. Mientras que el padecimiento interno, en Gran Bretaña y Estados Unidos, se acompañó de una fuerte expansión exterior; en España, no. El imperio español quedó reducido a una posición secundaria entre 1800 y 1826, y posteriormente no remontó como otras potencias. El alto concepto que los españoles tenían de sí mismos pasó factura.

                El pesimismo subió de tono a finales de siglo, en medio de una importante crisis, cuando el problema social adoptó otros tintes, a lomos de la proletarización agraria y el industrialismo. Se reclamó un mayor intervencionismo del Estado, así como una participación más enérgica de los grupos trabajadores en la toma de decisiones. El avance del pensamiento nacionalista reformuló la expresión de las tensiones territoriales, con importantes consecuencias sobre la definición de España y la organización de su Estado. El mundo del siglo XX ya presentaba sus credenciales.

                La guerra de 1936-9 nos inclina a contemplar en tonos pesimistas nuestro siglo XIX, en forma de lamentable prólogo. No es bueno ni recomendable caer en la euforia, pero tampoco hemos de olvidar las aportaciones positivas decimonónicas. La Edad de Plata de la cultura española hunde sus raíces en aquel período. Las ideas de concordia y entendimiento entre españoles, que facilitaron la Transición, fueron muy valoradas por los políticos del XIX. Sin aquel denostado siglo, por algunos, resultaría impensable una nación de ciudadanos.