VIAJAR POR UNA TOPOGRAFÍA DEL TERROR. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

14.04.2023 12:52

                

                No es fácil explicar historia. Las personas del presente no entendemos a las del pasado muchas veces, especialmente cuando somos más jóvenes. Quien nace en una época tiende a pensar que todo ha sido igual antes, sorprendiéndose de la aparición reciente de algo. En tiempos de los abuelos internet no funcionaba ni mucho ni poco. Entonces, ¿cómo explicar el pasado? ¿Cómo podemos interesar a la gente joven para estudiarlo?

                Todo viaje, en verdad, comienza en la mente, con el deseo de hacerlo. Quienes impartimos clases sabemos que es necesario preparar a los estudiantes para viajar, con una maleta de conocimientos, habilidades intelectuales y reflexiones, muy necesaria para adentrarse en el corazón de las tinieblas del siglo XX, el tiempo de la Guerra de España, del horror nazi y de una masacre mundial.

                El momento del Bachillerato es muy propicio al despertar juvenil, cuando se va dejando atrás la infancia y se comienza a acceder a la madurez. En esta eclosión resulta pertinente hacerse preguntas del estilo de cómo el ser humano puede convertirse en una criatura tan cruel. La Historia es la que es: no cabe ocultarla, sino estudiarla. El trabajo de las cuestiones de memoria, de las más cercanas a las más lejanas, resulta esencial en este estudio, sobre el que se fundamenta el espíritu de la ciudadanía libre. Desde el IES de Turís y el Uno de Requena así lo entendemos, emprendiendo juntos entre los días 29 de abril y 3 de mayo un viaje de estudios que nos ha llevado de Berlín a Auschwitz.

                ¿Cómo entender el nazismo? Siguiéndolo paso a paso, podemos entender su lógica criminal. Hace cien años, Berlín era una ciudad de animada vida social y cultural, con tendencias vanguardistas. Era la capital de una Alemania orgullosa de sus universidades, bibliotecas y museos. Las primeras víctimas del nazismo fueron los alemanes que no comulgaron con ruedas de molino, los que sufrieron el incendio de su parlamento, la quema de libros y toda clase de atrocidades. A estas víctimas, algunas por su simple condición sexual, se les ha dedicado una serie de memoriales, prueba de reconocimiento de la actual democracia alemana, deseosa de no ser un nuevo episodio fugaz en la Historia de su país.

                Aquellas víctimas tuvieron unos verdugos, de los que tampoco cabe olvidarse. En la llamada topografía del terror, visitamos el emplazamiento de la sede de la Gestapo, hoy convertida en museo, que muestra imágenes terribles y documentos de gran valor histórico. También puede visitarse el lugar donde se emplazó el famoso búnker de la cancillería, allí donde Hitler terminó suicidándose. Con él, a diferencia de lo que pensaba, no concluyó Alemania. Irónicamente, a unos cuantos metros de distancia de allí se encuentra un centro comercial, donde sirven comidas orientales y acuden personas de todo el mundo y todos los colores. La vida vuelve a triunfar en Berlín, dejando atrás las secuelas de las destrucciones de la guerra y del Muro que un día la escindió.   

                Ciertos entornos idílicos ocultan una historia horrible. En Wannsee, en las afueras berlinesas, se celebró la breve conferencia que terminó de modelar la Solución Final. Algunos de sus participantes esquivaron todo procesamiento tras la guerra y ocuparon posiciones relevantes en la RFA. El pasado de aquella mansión de época guillermina se trató de ocultar bajo la forma de residencia estival juvenil, acogedora de muchachos en riesgo de exclusión social. Hoy es un centro de conocimiento del horror nazi, exponiéndose al público una de las copias conservadas de las conclusiones de la reunión celebrada el 20 de enero de 1942. Se diría que se trata de un símbolo del secuestro de la razón, de la vampirización de Alemania por el nazismo.

                Seguimos a continuación viaje hacia el Este, hacia aquel espacio vital ansiado por los conquistadores nazis, estimulados por visiones de su expansión medieval. Entre Berlín y Cracovia se extiende una tierra de intenso pasado, Silesia. Formó parte de Alemania hasta finalizar la II Guerra Mundial, cuando fue incorporada a una remodelada Polonia por el poder soviético.

                La bella Cracovia estuvo en el punto de mira de los nazis, que pensaron convertirla en una ciudad de su alucinante Reich milenario. Su barrio judío acusó con crueldad su ocupación. En las proximidades, emplazó su famosa fábrica el no menos célebre Schindler, donde se rememora en forma de museo los duros tiempos del gobierno general de Polonia, con sus imágenes y documentos oficiales y propagandísticos.

                A apenas una hora en autobús hacia el Oeste se encuentra Auschwitz-Birkeanu, un infierno en la tierra cuyos restos se visitan para no repetir una nueva bestialidad. Así debería ser al menos, pues una de sus guías nos dijo que el día que los rusos invadieron Ucrania, un 24 de febrero de 2022, coincidió con una jornada con visitantes. Por mucho que se haya leído o visto en documentales serios, la visita sobrecoge, pues no en vano fue el epicentro de lo que en los juicios de Núremberg se denominó la tanatología, la ciencia de la muerte en su más siniestra forma. Allí se explotó a conciencia al ser humano, se le diezmó sin escrúpulos y se experimentó en un grado obsceno. Nunca, nunca, deberían de repetirse semejantes actos.

                ¿Qué significa viajar a estos lugares con gente joven? El inmenso gozo de dar a conocer una realidad histórica con una conclusión clara: sin conciencia no hay ciencia. Se puede suspender un examen (algo que a todo el mundo le ha acontecido), pero no fracasar como ser humano.