YIPPEE KI YAI, EL EFECTO BRUCE WILLIS. Por Antonio Parra García.

09.11.2016 11:51

                

                Trump ha ganado la presidencia de los Estados Unidos. En muchos puntos de Europa algunos se desgarran las vestiduras y temen lo peor. En México ni les cuento. Indiscutiblemente su mensaje ha calado en una buena parte del electorado estadounidense, que es preciso comprender si queremos entender.

                Hace veintiocho años Bruce Willis interpretó al osado John McClane en La jungla de cristal. El bueno del policía, dispuesto a congraciarse con la señora, se ve envuelto en una situación demencial y con todos los arrestos planta cara a unos malvados terroristas de la Alemania Oriental. El carácter individualista y valiente del norteamericano medio, según un cierto tópico, sale a relucir. Poco dado a las sutilezas y a hablar con franca dureza, triunfa el hombre de mediana edad sobre los burócratas, chupatintas, feministas y extranjeros. La Era Reagan fortaleció tal estereotipo alrededor de Rambo y otros personajes del celuloide. Entre 1988 y el 2016 los Estados Unidos han recorrido un largo camino. Mientras el Nuevo Orden Mundial conducía al caos a varias regiones de la Tierra, no pocos estadounidenses afirmaban su odio y menosprecio hacia el gobierno en la sombra, que según su percepción desde Washington tenía secuestrada a la nación. Las viejas utopías del liberalismo y de la Frontera del Oeste se aquilataban en este nuevo conservadurismo americanista, forma de populismo que ha ido ganando adeptos a medida que cundía el descontento entre parte de la sociedad.

                El voto a Trump es doble: tradicionalista y antisistema, contradictorio en el fondo. Es el de la América Profunda que no se ve reflejada en Nueva York o Los Ángeles, de cosmopolitismo exuberante. Es el voto de Ned Flanders que ha coincidido con el de su vecino Homer Simpson, un trabajador de un sector en recesión que no ve claro su futuro y que echa la vista atrás en busca de algo que le dé confianza.

                El simpático Obama deja unos Estados Unidos divididos por la crisis racial y enfrentados a Rusia en el cenagoso Oriente Próximo y en Europa. Son problemas tan candentes como pendientes. Al menos el lenguaraz Trump, tan poco grato a las llamadas minorías, cuenta con las simpatías iniciales de Vladimir Putin. Ya veremos lo que dura si McClane tira por la tremenda. En todo caso su triunfo, que ha sacudido lo políticamente correcto, abre muchas incógnitas (especialmente al Sur del río Grande) y sienta un precedente para las grandes democracias occidentales, mayor que el Brexit, el de hacer buenas preguntas y dar malas respuestas. La estabilidad de nuestro sistema depende de ello, de convencer al hombre medio común de su benevolencia.